Comentario
Los territorios ocupados por las tribus germánicas estaban más allá de las fronteras, el limes. Cambios climáticos desfavorables, incrementos demográficos y el avance de los hunos por el este de Europa serán las causas de las grandes migraciones de pueblos bárbaros que se producen desde el siglo IV. Importantes grupos de germanos se establecen en los confines del Imperio en calidad de federados. En la centuria siguiente los germanos se empezarán a asentar en territorio imperial propiamente dicho.
La península Itálica recibió la llegada de los visigodos en un primer momento, marchando Alarico sobre Roma en el año 401, poniendo sitio a la urbe. Las tropas visigodas se retiran tras el pago de un fuerte tributo, pero regresarán 9 años más tarde para tomar y saquear la ciudad, lo que supuso un importante golpe psicológico para la maltrecha moral imperial. La caída del Imperio Romano de Occidente se produce en el año 476, en el momento en que Rómulo Augústulo es depuesto por Odoacro, el jefe de los hérulos. Roma ya había iniciado su decadencia desde que Constantino eligió Constantinopla como capital del Imperio en el año 330, pero aún sigue siendo durante mucho tiempo la ciudad más importante del mundo occidental. La disolución del Imperio Romano occidental provocará la creación de un amplio mosaico de reinos germánicos. Italia queda dominada por Teodorico y los ostrogodos. Uno de los objetivos del nuevo monarca será luchar contra Bizancio, por lo que pone en marcha un sistema de alianzas entre los pueblos germánicos para acabar con el imperio oriental. La guerra con Bizancio durará casi 20 años, entre 535-553, y Justiniano obtendrá la victoria, apoderándose de toda la península y estableciendo una nueva división administrativa con diversos ducados, entre ellos Roma. La ciudad salió irreconocible del conflicto, propiciándose importantes reformas como la desaparición del Senado, último vestigio del orden clásico. Pero el dominio bizantino durará poco ante el avance lombardo. En el año 572 Pavía es conquistada y los lombardos se asientan en la llanura del Po. Italia queda dividida en dos soberanías: al norte los lombardos y al sur los bizantinos. Roma queda en manos bizantinas.
Durante el reinado de Liutprando se busca la unificación de la península italiana en manos lombardas y se emprende el ataque contra el ducado de Roma. Las donaciones y cesiones territoriales que este monarca hace al pontífice supondrán el inicio del poder temporal de la Santa Sede. El dominio bizantino en la Italia central llegará a su fin gracias a la intervención de Pipino, mientras que su hijo Carlomagno acabará con el reino lombardo cuando Pavía sea conquistada en 774. Desde ese momento, el rey de los francos dispondrá de la capacidad de intervenir en los asuntos italianos. Roma formará parte de los Estados Pontificios, reconocidos gracias a la falsa "Donación de Constantino". Este falso documento fue realizado entre los siglos VIII y IX; pretende ser un decreto imperial dictado por Constantino en el año 313 en el que se reconoce la dignidad de soberano al papa Silvestre I, al tiempo que se le hace donación de la ciudad de Roma, las provincias de Italia y todo el Occidente. De esta manera se justificaba el poder temporal de los pontífices. Puesta en tela de juicio la autenticidad del documento ya en época medieval, fueron los humanistas del siglo XV quienes demostraron definitivamente que era una falsificación.
Las disputas por el poder en Italia se suceden tras la muerte de Carlos III el Gordo. Roma se ve también envuelta en los conflictos, cayendo en poder de los señores feudales y los nobles romanos que aprovecharon el debilitamiento carolingio, la crisis de la autoridad pontificia y el alejamiento de los emperadores del Sacro Imperio Romano Germánico. Los duques de Spoleto en el siglo IX, así como Teofilacto, Crescencio y los condes de Túsculo en los siglos X y principios del XI serán los encargados de llevar las riendas de la región. En esta última centuria se producirá la formación de dos partidos en Italia: los gibelinos, partidarios de los soberanos germánicos, y los güelfos, defensores del poder temporal del papa. Roma será también escenario de estos conflictos, sufriendo sus consecuencias, especialmente cuando el emperador Enrique IV asedie y conquiste la ciudad, respondiendo a un decreto de Gregorio VII -"Dictatus Papae"- en el que se oponía a la injerencia del Imperio en los asuntos de la Iglesia, al tiempo que el papa, como dirigente supremo de la Iglesia Universal, tendría la potestad exclusiva de nombrar y deponer a obispos y reyes, ya que éstos, al recibir el poder como dignatarios de Dios, son también dignatarios de la Iglesia. Ante el ataque imperial, el pontífice llamó al normando Robert Guiscard. El emperador fue expulsado y buena parte de Roma fue destruida y saqueada, lo que provocó la huida del papa ante la ira popular.
Las luchas entre el pontífice y el emperador continúan, a pesar de la política conciliadora inaugurada por Urbano II. El resultado será la separación entre potestad papal y potestad imperial que pondrá fin al sistema cesaropapista instaurado por los Otones. La Iglesia pierde poder temporal pero aumenta su autoridad, que pretende extender a sus Estados, la ciudad de Roma entre ellos. La férrea autoridad papal provocará el estallido de una rebelión popular en 1143, liderada por Arnaud de Brescia. Se instaurará un gobierno republicano -Comuna- y se creará un Senado independiente de la nobleza y del papado. El papa es expulsado de la ciudad y solicita la ayuda de Federico I, quien pide a cambio ser coronado emperador por el pontífice. Federico Barbarroja reprime la revuelta y manda ejecutar en la hoguera a Arnaud, restituyendo al papa Adriano IV en su trono. La Comuna es reconocida formalmente por el pontífice, viviendo un periodo de esplendor que se culmina con la creación del cargo de senador único en 1191.
En los siglos XII y XIII el Papado alcanzará el punto culminante de su poder, apoyándose desde ese momento en Francia. El fracaso de las Cruzadas hará de Roma la primera ciudad-santuario para los cristianos. Las peregrinaciones a la ciudad serán continuas y proporcionarán a buena parte de los romanos pingües beneficios, especialmente a los clanes nobiliarios. Las presiones a la Curia Cardenalicia para la elección de los pontífices será cada vez mayor por parte del pueblo y de los nobles, lo que provocará el traslado de la Santa Sede a Avignon entre los años 1309 y 1377. Durante este periodo, la Iglesia perderá su autoridad debido a la corrupción y el nepotismo, pero el alejamiento favorecerá el florecimiento de las instituciones ciudadanas en Roma. Sin embargo, las luchas intestinas entre las familias nobles de la ciudad, los Orsini y los Colonna, continuarán marcando la política municipal. Será éste el momento elegido por Cola di Rienzo para poner en marcha su proyecto de República romana. Este singular personaje, nacido en 1313 en el seno de una humilde familia, alcanzó el notariado, tuvo amistad con Petrarca y adquirió un gran conocimiento de la historia antigua de Roma. Su aparición en la escena política romana coincidió con la revuelta popular que derribó en 1343 el gobierno del Senado, controlado por los principales linajes de la ciudad, e instauró el de los trece "boni homines", que representaban a las corporaciones urbanas. Cola fue enviado por el nuevo consejo a Aviñón en 1343, con la intención de que explicara a Clemente VI las razones del cambio de gobierno y la anarquía política que había vivido la ciudad hasta la fecha. Pese a la desconfianza de la Curia pontificia, Cola fue recibido por el Papa y retornó a Roma en 1344 con el cargo de notario de la Cámara Municipal, título que utilizó para consolidar su posición política.
Los estudiosos del personaje han puesto de manifiesto su excepcional elocuencia y su encanto personal. Partidario del igualitarismo mesiánico de Joachim de Fiore, parece que Rienzo odiaba profundamente a la alta nobleza. No obstante es posible ver en Cola di Rienzo, como han puesto de manifiesto M. Mollat y Ph. Wolff, "una mezcla de sinceridad e intriga, de violencia y seducción, de idealismo y pragmatismo, de rusticidad y cultura".
Apoyado en el "popolo" y en la "gentilezza" (grupo integrado por la pequeña aristocracia y los comerciantes), Rienzo recibió el poder de la ciudad de Roma en 1347. Así se expresa, a propósito de estos acontecimientos, el cronista G. Villani: "Por aclamación fue elegido tribuno del pueblo e investido de la señoría en el Campidoglio". El 20 de junio del citado año Cola di Rienzo subió al Capitolio, recibiendo cuatro días después el título de tribuno, que le fue renovado unos meses más tarde con carácter vitalicio. Pero más allá de los solemnes fastos, celebrados al modo de la antigua historia de Roma, la principal obsesión de Cola di Rienzo era acabar con la alta nobleza, lo que explica la afirmación de Villani: "Algunos de los Orsini y los Colonna, así como otros de Roma, huyeron fuera de la ciudad a sus tierras y a sus castillos para escapar al furor del tribuno y del pueblo". Pero el tribuno estaba asimismo muy interesado en perseguir viejos males que estaban anidados en la sociedad romana, como el vicio y la corrupción. Claro que al mismo tiempo decidió organizar espectáculos aparatosísimos, como el que tuvo lugar el día 15 de agosto en la iglesia de Santa Maria la Mayor de Roma, acto en el que Rienzo fue coronado. El historiador Dupré-Theseider calificó al citado acto de "caricatura fantástica de la coronación imperial". Es posible, no obstante, que desde aquel momento comenzara el declive del tribuno. Excomulgado por el Papa, que le acusó de usurpación, Cola di Rienzo perdió el poder en diciembre de 1347. Su regreso, siete años después, fue un mero apéndice. Las aventuras de Cola di Rienzo concluyeron en el otoño de 1354 con su asesinato y el restablecimiento pleno de la administración pontificia en Roma. De todas formas, la odisea de Cola di Rienzo, en la que había simultáneamente tanto aspectos políticos como sociales, y en la que el elemento personal desempeñó un papel decisivo, fue de una originalidad indiscutible.
Roma vivirá en sus propias carnes el Gran Cisma de Occidente. El Cisma de Occidente se produce cuando a la muerte en el año 1378 de Gregorio XI -que había trasladado a Roma la sede papal desde Aviñón-, los cardenales romanos eligieron como sucesor a Urbano VI. Un colegio de cardenales disidentes se opusieron al candidato romano y proclamaron a Clemente VII, lo que originó la división en el seno de la Iglesia. Tras diversos proyectos de solución -Via Cessionis, Via Compromissi y Via Conventionis- se intentó llegar a un acuerdo con la apertura de un concilio en Pisa (1409) donde se eligió a un nuevo pontífice, Alejandro V. Resulta evidente que tres papas no era ninguna solución, por lo que se convoca un nuevo concilio, esta vez en Constanza (1414) donde son declarados depuestos los tres pontífices y elegido Martín V, lo que supuso la extinción del Cisma.
En 1420 los papas regresan definitivamente a Roma. Durante la ausencia pontificia, la ciudad había iniciado un periodo de franca decadencia, sufriendo una gradual despoblación, desabastecimiento e insalubridad. Los pontífices decidieron restablecer su autoridad y convertir esa ciudad arruinada en una capital digna de la Iglesia Universal. Llevaron a cabo una política anticomunal e instituyeron una burocracia encargada de dirigir el gobierno urbano. La Curia se convertía en una compleja administración constituida por cinco consejos ,a cuya cabeza estaba el papa y el Colegio Cardenalicio. Las grandes familias nobiliarias pugnaban por formar parte de la Curia, al tiempo que los propios pontífices reservaban los puestos más importantes para sus familiares y parientes. En los últimos años del siglo XV las obras salpicarán todos los rincones de la ciudad para convertirla en un nuevo referente artístico.